Monday, March 22, 2010

El BiCentenario ¿HISTORIA PARA QUÉ?

En los años más recientes, 2010 se ha vuelto una estación temporal paradigmática en la política mexicana, pero también para la sociedad y la cultura de nuestro país. Para algunos sectores de la opinión pública, 2010 puede representar un año axial en la medida de sugerir la fuerte línea histórica de continuidad que nuestro país manifiesta: en 1810 fue la Independencia; en 1910 fue la Revolución; en 2010, puede ser un punto de quiebra igualmente radical… Para otros, a pesar de la compleja y crítica situación actual de nuestro país, 2010 es un año axial en otro sentido: recuperar la herencia que le dio vida a México como nación independiente para proyectar, en medio de la desgracia social y económica, un porvenir distinto. Tanto una como otra concepción no dejan de señalar, en mayor o menor medida -dependiendo la adscripción a una u otra orilla de ese océano de pasiones y desgracias-, un elemento de base que permea todo el horizonte nacional: nuestro país ha perdido las principales directrices de convivencia y coexistencia que edificó históricamente entre los distintos grupos sociales, entre los ciudadanos y en sus confrontaciones con el Estado y las instituciones públicas.

Por consiguiente, 2010 debería ser pensado como un momento irrepetible de relectura y reescritura de nuestro pasado, si se logra tejer una narrativa histórica que señale claramente los fracasos, contradicciones y mitologías que en 200 años se han construido alrededor de las ideas de patria, Estado y nación. En particular, porque tanto 1810 como 1910, y ahora 2010, corroboran un hecho incuestionable desde el punto de vista de la nueva historiográfica mexicana que a partir de este año nacerá: es imposible en la actualidad enmarcar la definición de la nación y de sus problemas en una simple enumeración de criterios de unidad. Es decir, 2010 podría aproximarnos de una vez por todas a la confirmación del lugar histórico que México ocuparía a partir de 1810, pero también a comprender el lugar donde hoy estamos parados, qué hemos perdido y qué hemos ganado, para poder hablar como nación desde un nuevo lugar que se volverá común en la medida en que podamos reconocer las profundas diferencias que llevamos a cuestas, así como saber si todavía es vigente seguir hablando de un “nosotros” auténticamente mexicano.

Tenemos que cambiar como país, pero primero hay que cambiar como persona.

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